domingo, 9 de junio de 2013

Hazte princesa.



Había una vez...
Existen, hoy y siempre, pequeñas princesas encerradas en castillos que no existen. Son castillos de aire, castillos de palabras, castillos de prejuicios. Castillos donde no tienen ni voz ni voto.

La puerta está cerrada con una llave que solo ellas tienen, pero no lo saben. Creen que están encerradas por voluntad de los demás, y en parte lo es. Pero ellas pueden abrir la puerta.
Y con el tiempo lo verán. A la larga, aprenderán algo muy valioso. O eso espero.

Póngámosle un nombre a nuestra princesa. O mejor, llamémosla simplemente Princesa. De este modo, Princesa puede ser cualquier persona. Puedes ser tú.




Princesa era una niña con dos ojos, una nariz y una boca. Como todas las niñas. Pero, a diferencia de las demás, ella estaba encerrada en un castillo. Las demás personas habían construido el castillo de modo que ella quedase atrapada dentro. Ella no había entrado por voluntad propia, el castillo había ido creciendo a su alrededor.

Era un castillo enorme, con paredes de piedra fría y colmenas altísimas, desde donde varios vigilantes se aseguraban de que ella permaneciese dentro. Y se sentía sola, muy sola. Pero no podía salir. O eso pensaba ella.

Princesa había crecido dentro del castillo y nunca se había planteado salir. Las puertas están cerradas con llave, pensaba ella, y eso era suficiente para hacerla permanecer en el interior del castillo durante años.

Las personas que habían encerrado a Princesa disfrutaban asomándose a las ventanas y señalándola con el dedo. Eran felices porque ella no podía salir.

¿Y por qué hacían algo tan cruel? Porque Princesa era diferente. Princesa sonreía a todo el mundo y era feliz sirviendo de ayuda, sin importar a quién. Era muy lista y, con el tiempo, podría llegar a ser capaz de reinar en muchísimos reinos, defendiendo siempre la libertad y la cooperación. Princesa podía cambiar el mundo con una sonrisa.
El problema es que Princesa no era consciente de ese pequeño matiz que la diferenciaba de los demás.
Pero los demás, sí.
Y la envidiaban.

Envidiaban su corazón blanco y sus ganas de vivir. Su sonrisa musical y su mundo de colores.
Para evitar esta envidia, le hicieron creer que ella solo era oscuridad y la encerraron.

Princesa creció creyendo que no era nadie. Creció creyendo que su corazón era negro y triste, y que dentro de ella no había nada más. Veía cada día como la gente se burlaba de ella, como la señalaban y la criticaban a través de las ventanas. Pero ella no podía hacer nada, así que se sentaba en el suelo y lloraba.

A veces, se pasaba horas mirando hacia arriba, donde podía ver una enorme ventana que dejaba entrar la luz del sol, sin dejar de llorar.
¿Y por qué lloraba?
Porque ella creía que no podía hacer nada más.

Un día lanzaron una piedra contra el castillo, la cual rebotó contra una de las ventanas.
Entonces Princesa se enfadó y comenzó a golpear la ventana, aunque resultó inútil.
La gente desde fuera consideró esto divertido, y comenzaron a lanzar más y más piedras contra el castillo.
Princesa se limpió las lágrimas y dejó de llorar.
Estaba harta.
Desde fuera seguían lanzando piedras. Tantas, que rompieron la ventana.



Princesa estaba desconcertada. Podía salir.
Intentaron arreglar la ventana antes de que ella saliera, pero era demasiado tarde. Había llegado la hora de que Princesa saliese del castillo.

Princesa asomó su cabeza a través de la ventana. La luz del sol le dio en la cara, de un modo diferente a las veces que miraba hacia arriba mientras lloraba dentro del castillo. Y entonces Princesa supo que podía brillar como todos y cada uno de los rayos del sol. 

A diferencia de lo que habrían hecho otras personas, ella no buscó vengarse. Simplemente, se alejó de aquellos que la habían hecho sufrir y fue en busca de otras princesas con las que estar. 

Algún día quizá encontraría un príncipe, como Blancanieves, la Cenicienta u otras princesas de cuento, pero eso no era lo importante. 
Princesa se dedicó a ser feliz y a hacer feliz a los demás.
Princesa se dedicó a brillar.


Pero aún quedan muchas princesas que siguen encerradas en castillos. Quizá algunas ya están recibiendo las primeras piedras en la ventana que las hará libres, pero otras aún están sentadas mirando hacia arriba y derramando lágrimas.
Si eres una de esas princesas, adelántate a las piedras y rompe la ventana con todas tus fuerzas.
Si eres de los que lanzan piedras, plantéate parar y acercarte a romper la ventana con tus propias manos.
Y si eres una princesa que consiguió escapar, ¿a qué esperas para ayudar a las demás?
Seas quién seas, de un modo u otro, salva princesas.
Salvando princesas, te haces princesa.



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